top of page
Foto del escritorAldo Duzdevich

PRIMERA PARTE "Revista Unidos N° 02, julio de 1983".



En este artículo se encara otro aspecto polémico del tercer gobierno peronista: el de la actuación de la organización Montoneros. El objetivo es desentrañar los orígenes y la evolución de este grupo, para que determinadas actitudes no se repitan en el Seno del Movimiento, sobre todo porque nuevamente vemos desplegarse propuestas similares. Pero existe una gran diferencia: ya hay una experiencia vivida que evitará todo tipo de utilización del sentimiento y la conciencia de los peronistas, por izquierdas o derechas. La segunda parte del artículo, publicada en la Revista Unidos, Año 3, Nº 6, agosto de 1985, reeditado en CUADERNOS ARGENTINA RECIENTE, Nº 2, junio de 2006, puede consultarse en la Sección Por Norberto / Los setenta, o en el siguiente vínculo: http://www.croquetadigital.com.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=196&Itemid=53 La tercera parte del artículo, publicada en la Revista Unidos, Año 3, Nº 7/8, diciembre de 1985, reeditado en CUADERNOS ARGENTINA RECIENTE, Nº 2, junio de 2006, puede consultarse en la Sección Por Norberto / Los setenta, o en el siguiente vínculo: http://www.croquetadigital.com.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=197&Itemid=53. Esta nota es la primera de una serie que analizará las relaciones entre los Montoneros y el Movimiento Peronista entre 1973 y 1976. Procuraremos, en especial, desentrañar por qué aquel sector optó por la violencia como medio de expresión política, y por qué fue expulsado del Movimiento. Para interpretar el período mencionado será indispensable tratar la incidencia de la violencia en nuestra historia reciente, y puntualizar las causas que determinaron el surgimiento de ese fenómeno político–social que fueron los Montoneros.(1) Esta nota contiene ese imprescindible marco de referencia, y se referirá a los primeros días del tercer gobierno peronista, específicamente al lapso comprendido entre la asunción del gobierno de Cámpora y el acto de Ezeiza. I. LA VIOLENCIA A PARTIR DE 1955. La historia argentina fue siempre violenta. Está signada por la exclusión de las mayorías y la intolerancia. En los períodos 1916/1930 y 1946/1955, la presencia de las mayorías posibilitó la existencia de una determinada paz social. Sin embargo, a pesar de la representatividad de los gobiernos radical y peronista, subsistieron en dichos períodos hechos de violencia: las luchas obreras y el terror "blanco" en el primer gobierno de Yrigoyen (1919–1921), y la violencia callejera, terrorista y conspirativo–militar en las primeras presidencias de Perón. Fuera del marco de la legitimidad popular, la violencia existió como amenaza constante: los levantamientos armados de los radicales en 1893, 1905 y en la Década Infame nos demuestran la lógica de su utilización. La agudización de la violencia a partir de 1955 no importó una quiebra de nuestra continuidad histórica. Antes bien, guarda total congruencia con lo sucedido hasta entonces y es una lógica consecuencia de la resistencia de las mayorías peronistas que no se resignaron a entregar el poder sin luchar. El único cambio, pues, radica en la intensidad. El enfrentamiento del peronismo con el golpismo, y su ulterior resistencia al gobierno "gorila", suscitarán dos respuestas que –por su brutalidad– son inéditas: el bombardeo a la población civil en Plaza de Mayo (junio de 1955) y la feroz represión del alzamiento del General Valle (junio de 1956). El ataque a la población civil, el fusilamiento del General Valle, y las masacres realizadas en los basurales de José León Suárez, prefiguran prácticamente la represión que se utilizará 20 años después en la Argentina: la matanza indiscriminada y clandestina cuya finalidad esencial no es castigar a presuntos culpables sino aterrorizar y paralizar a toda una comunidad. La eficacia de esta forma de crimen político está dada por su aparente irracionalidad y su virulencia. La intención no es sólo castigar a individuos determinados sino hacer sentir a todos que pueden ser considerados culpables, y que el inexorable castigo es la muerte. Esta doctrina de "guerra contra–revolucionaria"(2) va a inspirar la formación paramilitar del liberalismo autoritario del momento: los comandos civiles. Esta fuerza armada va a realizar acciones de terrorismo durante el gobierno peronista, y desde 1955 se sumará a la represión oficial. A su vez, desde entonces, el Movimiento acudió a todos los medios, incluso los violentos, para recuperar el poder, desde el terrorismo hasta el voto en blanco, desde el alzamiento de Valle hasta el pacto con Frondizi. Se trató de una estrategia global que no mezquinó ningún medio, y que fue minando lenta, pero eficazmente, las defensas del enemigo. El gobierno autoritario de la Revolución Libertadora determinó en gran medida las acciones del Movimiento: el surgimiento de la Resistencia peronista significó el nacimiento de un "ala" o sector que comenzó a aplicar la violencia fundamentalmente sobre las cosas y no sobre los hombres. Estas acciones se vincularon lógicamente a la resistencia sindical, al voto en blanco de 1957 y a los movimientos conspirativos de los militares peronistas dados de baja. A partir de la retirada de Aramburu–Rojas, el Movimiento se insertó en la salida electoral a través de una opción tendiente a derrotar al candidato de la Libertadora (la fórmula de la UCRP). En aquel momento reapareció el ala combativa que no aceptó el pacto Perón–Frondizi, a pesar de que fue abrumador el respaldo de los peronistas a la fórmula de la UCRI. En los dos primeros años del gobierno desarrollista se fueron delineando distintas posibilidades de acción del Movimiento: la recuperación de las organizaciones sindicales; las huelgas por reivindicaciones obreras ante el incumplimiento del pacto por parte de Frondizi; los intentos de levantamientos militares peronistas y las acciones directas de núcleos de activistas a partir de la aplicación del Plan Con.Int.Es. (Conmoción Interna del Estado). El cada vez más impopular gobierno, había demostrado ya su carácter ambiguo y concesivo al gorilismo en las huelgas del Frigorífico Lisandro de la Torre y en las ferroviarias. La concepción del peronismo "justiciero" y combativo, apareció como una reacción plausible ante la irrepresentatividad del gobierno. En ese marco histórico surgió el primer brote de guerrilla rural que se definió como peronista: los Uturuncos en Tucumán (1959). El golpe militar de 1962 se hizo contra el triunfo peronista en las elecciones para gobernadores y diputados, que el propio Frondizi anuló para perpetuarse. Otra vez la reacción antiperonista apareció imponiendo la violencia en el país. Pero la situación del Movimiento había cambiado: las organizaciones gremiales ocuparon el espacio dejado vacante por el ala militar, y surgieron los nucleamientos de juventud que darían una nueva tónica a la movilización peronista de la década. Estos componentes del movimiento, bastante vinculados entre sí, tenían diversidad de acciones, y van a brindar a la conducción de Perón elementos distintos de acción, siendo útiles al objetivo de la recuperación del poder. Rescatar uno solo de ellos, o querer convertirlo en el único sector válido, significaba abjurar de la voluntad movimientista. En realidad, en ese momento, esa reducción a un solo término organizativo no existía. La diversidad de expresiones organizativo–políticas dentro del Movimiento, fue reflejo de las distintas actitudes frente al poder, y de las fuerzas y sectores que se representaban. Los sectores que utilizaron la violencia como protesta o señalamiento del enemigo, la ejercían sobre éste y no en el interior del Movimiento, a pesar de las diferencias políticas internas. Los tres hechos fundamentales que marcan la etapa siguiente son: 1) el enfrentamiento militar entre azules y colorados; 2) la legitimidad vacía y formal de Illia (cuya propia razón de existir era la proscripción de las mayorías) (3) y 3) el golpe de Onganía (resuelto a congelar toda forma de actividad política y amordazar a la comunidad por 20 años). Ante estos hechos, Perón optó por tres modos de acción política: 1) la presión a través de las organizaciones sindicales; 2) la convocatoria a la civilidad (Asamblea de la Civilidad y Frentes electorales de 1963) para participar en la institucionalización mediante las elecciones; y 3) la agitación, la movilización e incluso la acción directa de núcleos de activistas que enfrentan al régimen. El autoritarismo y mesianismo de Onganía, la confusión que se generó en el propio Movimiento con el surgimiento de un sector gremial "participacionista" y la proscripción de toda actividad política, son elementos que explican en buena medida las actitudes violentas de la Argentina de la década del 60 y principios del 70. II. LAS INFLUENCIAS IDEOLOGICAS Y EL MARCO INTERNACIONAL. Enfatizamos ideología y marco internacional porque ambos términos fueron definiendo la lógica de la violencia en la sociedad argentina. Además de los procesos violentos del mundo, se produjo también una crítica a los sistemas políticos imperantes. Los modelos que usualmente aparecían como imitables para determinados sectores de la sociedad argentina, comenzaron a ser cuestionados en su totalidad: los imperialistas (el liberal capitalista y el soviético marxista) y el neutralista europeo (en el que coexistían posiciones terceristas y alineamientos con algunos de los dos imperialismos). El Tercer Mundo fue evaluado por sectores de clase media como el sujeto revolucionario de la época, en el que la violencia es protagonista fundamental. No se lo visualizaba como no alineamiento ante los imperialismos, sino como el actor fundamental de la revolución mundial. Los conceptos de Tercer Mundo y Revolución se confundieron e identificaron como un sistema político homogéneo, cuyas características fundantes eran: violencia, organizaciones revolucionarias, socialismo, partido único, y concepción de poder total. (4) Sólo eso era el Tercer Mundo y el modelo a imitar. Al rescatar el carácter nacional de toda revolución, la acción de los pueblos, y la lucha antiimperialista por la independencia, que constituían valores históricos levantados por el Movimiento Peronista, esta teoría tercermundista influyó sobre sectores activistas y políticos del país. Su error residió en uniformar el método (la acción armada) y el sistema (partido único y socialismo abstracto). A través de esa universalización se perdía el respeto a las particularidades nacionales, y se definía una nueva "internacional" revolucionaria. Los elementos de la situación mundial, tomados selectivamente, fortalecían esta visión. LOS PROCESOS DE DESCOLONIZACION El origen fundamental del culto a la violencia en Latinoamérica fue la experiencia cubana, y el posterior intento de "exportación" de la revolución. La visión "tercermundista" rescataba de la misma la lucha armada, el sentido heroico de sus jóvenes dirigentes, la persecución inicial al Partido Comunista cubano (prisión de Escalante), y consideraba su alineamiento prosoviético como una necesidad producto de su aislamiento, sin abarcar sus implicancias políticas en lo interno. Se concibió al foquismo rural como el único camino para la revolución. La experiencia del Che Guevara en Bolivia (1967) y la expresión teórica de Regis Debray van a tener su influencia en la Argentina. La Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) de 1964 fue un intento fallido de constituir una "internacional" basada en el modelo cubano. Las guerras de descolonización que fueron exaltadas: las de Argelia y Vietnam. Argelia se analizaba, sobre todo, a través de la obra de Fanon, Los condenados de la Tierra, prologada por Jean Paul Sartre. La singularidad de dicha revolución nacional fue olvidada y tendía a convertirse en modelo. La película "La batalla de Argel" enfatizaba el tema de la organización político–militar como elemento fundamental de la acción revolucionaria. La guerra de Vietnam, que desestabiliza al anacrónico imperialismo francés (tanto en su versión conservadora como socialista) y obliga a EE.UU. a una "guerra sucia" (fundamentalmente desde 1964), donde finalmente es derrotado en 1973, es un marco permanente del período. La opción de neutralidad que hicieron los países europeos (sobre todo Francia) y la propia crisis de la sociedad norteamericana ante el conflicto, permitieron conocer las derrotas norteamericanas y la fragilidad del régimen satélite de Saigón. La invasión yanky a Santo Domingo (1965), para defender el golpe de Estado contra el gobierno democrático, demuestra cómo el imperialismo utilizó la violencia ilegítima en resguardo de sus intereses geopolíticos y económicos. Esta imposición yanky se visualizaba más claramente en el modelo brasileño (1964) que estableció el estado autoritario militar cuya expresión argentina fue el golpe militar de 1966. LA VIOLENCIA EN EUROPA Y EE.UU. Los elementos que conmovieron estos regímenes políticos más consolidados, en los que la violencia aparece en áreas restringidas, como Irlanda y el País Vasco, también tuvo su importancia por lo que niegan: la capacidad de las estructuras políticas de adecuarse a los ideales de la juventud. El Mayo francés (1968), protagonizado por el movimiento estudiantil, fue el iniciador de una serie de movilizaciones que lograron cierto respaldo obrero y luego se trasladó a toda Europa occidental. Los líderes estudiantiles y su gimnasia de lucha callejera aparecieron como el "fin de las ideologías" en occidente. Marcuse, su teórico, planteó que el régimen capitalista y el soviético eran incapaces de resolver la participación de la juventud en una sociedad humanista. El rechazo al consumismo" y la consigna "la imaginación al poder" fueron expresiones de ese cuestionamiento a Europa como modelo. En EE.UU., más allá de las reacciones individuales o psicópatas, la violencia apareció en manos de las "minorías"; sobre todo el Poder Negro, especie de "tercermundismo" interno del primer mundo. La violencia, como respuesta a la violencia de los que esclavizaron y mantuvieron la segregación; la solidaridad con Cuba y el cuestionamiento al imperialismo yanky formaron parte de su diagnóstico. LA IGLESIA Fue en ésta donde apreciamos una gran transformación que alimentó la versión "tercermundista". A partir del Concilio Vaticano II (1962–63) el "compromiso" con la realidad fue una convocatoria a la acción para los jóvenes católicos. Religión y política aparecieron unidas, sobre todo en aquellas sociedades donde el "pecado" existía como estructura injusta. La convocatoria a reconocer el marginamiento de pueblos enteros por el sistema bipolar y el chantaje atómico y, al legitimar el derecho de esos pueblos a la revolución ante "tiranía manifiesta" (Populorum Progressio – Paulo VI–1967) movilizó a sectores enteros de la iglesia latinoamericana. El derecho a la revolución es una vieja doctrina de la escolástica cristiana pero en la época fue interpretado como una modificación revolucionaria. Surge la teología de la liberación donde la política cobró gran peso (en la Argentina se expresó en dos publicaciones de gran impacto pero de contenido diferente: "Tierra Nueva" y "Cristianismo y Revolución"). En la reunión del CELAM en Medellín (1968) se produjeron una serie de documentos de renovación y compromiso que rescataron profundas motivaciones de militantes católicos desde el Concilio del 63. Los curas obreros, las agrupaciones católicas vinculadas al trabajo social y la participación de sacerdotes en la lucha directa, como Camilo Torres (muerto en acción en Colombia en 1966) fueron interpretados como demostración de la existencia de una Iglesia "comprometida" y "testigo" de su época. La declaración de los Obispos del Tercer Mundo (1968), donde no figura ningún argentino, así lo señaló. EL BLOQUE SOVIETICO La vocación de transformación y el "signo de los tiempos" sacudió al monolítico "social imperialismo". Las represiones violentas a cualquier disenso dentro del bloque comenzaron en Hungría (1956), se prolongaron en Alemania Oriental (1960) y culminaron con la invasión a Checoslovaquia (1968). Estos hechos revelaron la esencia imperialista de la Unión Soviética. La separación china del bloque (1960) suscitó un debate, desde el marxismo, respecto al modelo soviético ruso criticado por burocrático, imperialista y por su vocación de coexistencia pacífica con los EE.UU. Se produjo una ruptura doctrinaria dentro del marxismo que repercutió en el accionar político: surgieron como alternativa a los Partidos Comunistas prosoviéticos aquellos que comenzaron a plantearse las "tareas nacionales' según el modelo chino. Mao Tse Tung planteaba que la lucha de clases era una de las contradicciones que debía superarse en una revolución nacional, resaltando así la primacía de otra contradicción: la lucha nacional contra el imperio dominante. El hecho de que los soviéticos utilizasen la violencia para reprimir las disidencias políticas; su intolerancia y falta de respuesta a la crítica maoísta y su paralela tolerancia con la invasión yanky a Santo Domingo, los incapacitaba para dar respuesta a la crisis ideológica imperante. Antes bien, el modelo soviético era considerado ya como integrante de ese pasado que se deseaba superar. III. LA SITUACION ARGENTINA La visión de una juventud ajena a condicionamientos nacionales o de clase (casi diríamos de una "clase juvenil"), libre de los pecados de las sociedades dominantes, que acudía a la violencia como medio purificador para crear el hombre nuevo, arraigó por cierto en la Argentina. No era extraño que así sucediera. Existían sobradas razones para que sectores juveniles desdeñaran el "statu quo" y optaran por la violencia. La sociedad argentina era cada vez más cerrada, injusta y opresiva. Los canales de participación eran cada vez más limitados. Las posibilidades de vida digna eran cada vez más remotas. Era entendible que sectores juveniles, en especial de clase media, abrazasen una visión cada vez más radicalizada de la política; que la violencia pasase, de ser un medio esencialmente indeseable, a resultar el único instrumento idóneo para resolver los conflictos; es decir, instrumento sacralizado por su carácter purificador. Esta explicación no pretende ser exhaustiva aunque sí sustancialmente veraz. Será necesario, para lograrlo, añadir una puntualización: no es posible explicar el culto de la violencia como mera importación de los ejemplos extranjeros ya reseñados. El "culto" echó raíces en la Argentina como un lógico epifenómeno de una sociedad enferma, injusta y carente de canales de participación. Un injerto ideológico foráneo (como era el culto de la violencia) difícilmente hubiera arraigado en una sociedad justa y libre; en la Argentina su "éxito" era esperable. LA "REVOLUCION ARGENTINA" Onganía, por sus pretensiones de cambiar el sistema político y de mantenerse en el poder sin límites de tiempo, significó para la mentalidad liberal argentina (5) el sistema más autoritario existente hasta el momento (excepción hecha del peronismo que es "tiránico" y necesariamente destruible). La "revolución argentina" convirtió a las fuerzas políticas (salvo las conservadoras y nacionalistas cursillistas) en proscriptas, ya que disolvió todos los partidos políticos y destruyó el mito de la "isla democrática" al anular la autonomía universitaria. Es decir, la realidad, que el peronismo vivía y sufría en carne propia desde 1955, golpeaba en 1966 a toda la sociedad política y a su núcleo más sensible: el estudiantado. Se derrumbó así el mito "democrático" de la Revolución Libertadora y se tomó conciencia del deterioro de las relaciones políticas en nuestro país. Salvo el núcleo de participacionistas que tendrá el "nuevo régimen" (en el que se incluyen algunos peronistas encandilados por la "unión de Pueblo y FF.AA.") todo el espectro político nacional se enfrentó al autoritarismo cursillista. El régimen institucionalizó como doctrina de Estado la de la seguridad nacional. La doctrina no era nueva. Fue aplicada a partir de 1955 contra el peronismo; su fundamentación teórica la formulará el general Osiris Villegas (1962–63) al describir y propugnar la "guerra contrarrevolucionaria". Simultáneamente, desde sectores preconciliares de la Iglesia se preconizaba la misma doctrina (Julio Meinvielle). Asimismo, Onganía la había establecido como doctrina del Ejército Argentino durante la presidencia de Illia (1964) (6). En su discurso en West Point definió las funciones del arma en términos de "fronteras ideológicas" y defensa del "occidente cristiano", obviamente el pro yanky, cursillista y preconciliar. (7) En síntesis, un marco internacional e ideológico turbio y violento, el desprestigio de los partidos "democráticos" basados en la proscripción del peronismo y el "nuevo" autoritarismo de Onganía, no podían menos que influir sobre las nuevas generaciones, y también sobre las viejas, que veían frustradas sus ansias de liberación nacional. IV. LAS "ORGANIZACIONES" A partir de 1966 el peronismo de la resistencia comenzó a organizarse de manera celular, tendiendo una parte al desarrollo de un "foco rural" (Taco Ralo 1967 FAP Fuerzas Armadas Peronistas) (8). Se trató de una aplicación mecánica del modelo vietnamita y cubano. Eran peronistas que se planteaban el enfrentamiento total a la dictadura eligiendo el elemento más contemporáneo de lucha, aunque fuera un despropósito en la Argentina. Pero al margen de este hecho demostrativo, lo relevante fue que gran parte del activismo juvenil, peronista o no, de la década del 60 comenzó a pensar su participación en "organizaciones revolucionarias". La concepción de Movimiento del peronismo las hacía posible: ya habían existido comandos de la Resistencia, de estructura más o menos celular, el COR del general Iñiguez, el Comando de Organización de la Juventud Peronista. La novedad consistió en el desarrollo de una estructura jerárquica piramidal y una organización grupal de militantes con "responsables", o sinónimo, de "grupos". Una conducción política propia y la autonomía táctica que permitía el Movimiento posibilitaban que nuevos sectores provenientes del cristianismo post–conciliar y del marxismo no soviético se integraran a las organizaciones y a través de ellas, al Movimiento. La intermediación "orgánica" cobraba gran trascendencia: los nuevos militantes se integraban al Movimiento a través del planteo político–organizativo elegido. Algunos grupos armados (FAP, Descamisados y Montoneros) fueron expresión de estas "organizaciones". Sin embargo, también lo fueron grupos que descartaron el uso sistemático de la violencia como Encuadramiento y Guardia de Hierro. Estos núcleos, fundamentalmente juveniles en su composición, encararon una serie de hechos reveladores de la multiplicidad de tareas a los que los podía convocar el Movimiento en ejercicio de distintas tácticas ante el régimen: desde la propaganda armada en las ciudades, (sobre todo desde 1969) hasta la participación en acciones callejeras o el respaldo a conflictos sindicales (con más énfasis a partir del nacimiento de la CGT de los Argentinos en 1968). Este vasto accionar transformó a las "organizaciones" en las representantes del peronismo en determinados sectores: el estudiantado y la clase media. Estos habían descubierto "la realidad". Tanto para los que se aproximaban recién a la actividad política como para los que provenían de militancias no peronistas, el Movimiento aparecía como la expresión de la revolución en la Argentina. Pero aquí, surgieron problemas de interpretación fundamentales: tanto en los sectores de la izquierda no soviética (que comenzaron rápidamente a aprender historia argentina como lo demuestra que recién en 1967 una agrupación marxista "nacional" asumió el 20 de noviembre como día de la soberanía) como en los católicos convocados por la transformación de la Iglesia, subsistieron principios puristas que les hicieron rescatar aspectos parciales de la realidad. Uno de ellos fue el de separar a Perón del Movimiento (el Movimiento es bueno pero Perón no lo es); la elección de una "corriente revolucionaria" del Movimiento (que junto a otros "revolucionarios" le daría la ideología obrera al Peronismo); la concepción de que Perón es síntesis del Movimiento pero no su conducción (es decir Perón es "apretable" y tiende a reconocer al sector con más poder interno); la necesidad de construcción de "una alternativa independiente de la clase obrera" (ya que el Movimiento es conducido –sic– por "burócratas y traidores"); el planteo de: "Perón está cercado" (por lo tanto hay que desplazar al existente y establecer un cerco sobre él); en definitiva, la concepción última: la revolución pasa por el Peronismo, pero no es el Peronismo. Muchos de los militantes que sustentaron estas concepciones las transformarán en verdadera adscripción al Movimiento. En otros casos quedarán latentes y posibilitarán errores e infiltraciones de contenido ideológico. En una primera etapa de reconocimiento al Peronismo, podría haber existido un "entrismo" ingenuo y purista. Pero más adelante se convertiría en un "entrismo" consciente. V. LOS GOLPES SOBRE ONGANIA El Cordobazo, mayo de 1969 fue un verdadero plebiscito de repudio al autoritarismo de la Revolución Argentina. La huelga general del 30 de mayo fue un éxito total. El repudio al gobierno, la presencia de la población de Córdoba desbordando a las fuerzas policiales, y su resistencia al Ejército por más de 25 horas, significó la aparición de la violencia de masas. Este nuevo componente se repetirá en Rosario, otra vez Córdoba, Mendoza, Cipolleti, General Roca, Malargüe, etc. durante las presidencias de Levingston y Lanusse. Enmarcados en el Cordobazo aparecieron hechos de violencia inéditos: el asesinato de Vandor el 30 de junio de 1969 y el de Alonso en agosto de 1970. El primero de estos asesinatos fue realizado por un grupo que, al momento de los hechos, no reconoció ni publicitó su autoría; recién lo hará en 1974, en la revista El Descamisado, afirmando que se había integrado posteriormente a los Montoneros. Esta acción anticipó ciertas características que serán recurrentes en la guerrilla: 1) el ejercicio de la violencia en el interior del Movimiento, en especial contra la conducción sindical (su explicación está dada por la ideología alternativista y rupturista; 2) la muerte como forma de venganza política y como medio para dirimir diferencias políticas; 3) el ejercicio cenacular de la violencia, ya que ni siquiera se intentó justificar el crimen (como ya dijimos es descaradamente confesado recién 5 años después). Desde el Cordobazo, recrudecieron las acciones de "propaganda armada" en las ciudades. El 29 de mayo de 1970, un grupo armado secuestró al general Aramburu. Esta acción apareció directamente vinculada a la muerte. El secuestro y "juicio" de Aramburu podría haberse inscripto en la tradición del peronismo "justiciero"; se trataba de un personaje símbolo, odiado por los peronistas. Su muerte determinó una quiebra fundamental con la tradición de la resistencia peronista, que ejercía la violencia solamente sobre las cosas. Con este hecho nacía públicamente la organización Montoneros. A pocos días del secuestro de Aramburu cayó el gobierno de Onganía. VI. EL FIN DE LA "REVOLUCION ARGENTINA" Levingston postergó las elecciones en aras de formar el "partido de la Revolución Argentina". Esta decisión acentuó, en la izquierda no soviética y en sectores de la militancia peronista, la discusión sobre la "guerra popular prolongada" (larga lucha contra el imperialismo y sus fuerzas de ocupación), la "alternativa independiente de la clase obrera" y la "insurrección de masas". La aparición de los sindicatos clasistas SITRAC y SITRAM era interpretada como la muerte del "mito" peronista. Reflotaba la izquierda antiperonista. Simultáneamente Perón estableció su política de Unidad Nacional a través de su delegado Remorino y su sucesor Paladino desde 1968. Se constituyó La Hora del Pueblo (con radicales, socialistas, demócratas progresistas, etc.) reclamando inmediatas elecciones (1970). Las "formaciones especiales" (9) aparecieron como una realidad dada y sirvieron a la conducción como elemento de ataque al gobierno y de demostración de la ilegitimidad del régimen. Ya en 1971 Perón, al modificar el Consejo Superior durante la presidencia de Lanusse, describió las tres vías para la toma del poder: "... Una es la guerra revolucionaria, otra es una insurrección que parece proliferar dentro del Ejército, (10) y la otra es la vía pacífica de la normalización institucional; son las tres acciones que se están desarrollando" (Actualización Política Doctrinaria para la Toma del Poder, 1971). En las "formaciones especiales" no existía mayor conciencia de integrar el dispositivo general definido por Perón en el mismo reportaje: "... tanto los grupos de activistas como el Encuentro de los Argentinos, como la Hora del Pueblo, como las organizaciones sindicales, como las organizaciones empresariales...". Como toda ala del Movimiento pensaban que su estrategia era la más correcta. Al abarcar su accionar, Perón las legitimaba, pero no en todas sus acciones. Esto sirve para aclarar que no existían órdenes de Perón sino que las "formaciones" se sumaban, o no, a las directivas generales de la conducción. En 1971, el "ideologismo alternativista", desintegró a las FAP; quedarán Montoneros y Descamisados que se irán inscribiendo en la apertura electoral sin abandonar su heterogeneidad de pensamiento (ejemplo de ello, eran los mensajes diversos, como "Ni golpe ni elección" y "Perón Presidente" emitidos al mismo tiempo). Esto señalaba una dualidad profunda. Porque el "Ni golpe ni elección" demostraba la existencia de un componente rupturista. A diferencia de la etapa anterior, se miraba más hacia el interior del Movimiento. El enemigo no eran sólo los imperialismos y la oligarquía, para este sector, sino también los "traidores" de adentro. Y en esa "traición" involucraban fundamentalmente a casi todos los dirigentes sindicales. Se sustentaba una visión del sindicalismo, parcial e ideologista. Este tenía sentido sólo como herramienta de lucha, cercenándole funciones propias de dicha estructura. El idealismo juvenil, visiones desvinculadas de la realidad, propias de la juventud, junto con claudicaciones reales de sectores sindicales, hicieron que esta posición ganara adeptos esencialmente ajenos a la tradición del Movimiento y a su pensamiento doctrinario. La confusión se producía también al levantarse las posturas movimientistas ("Perón Presidente"). Esta dualidad se resolvía en una "nueva ortodoxia". Pero lo importante era que se deterioraron sensiblemente los vínculos entre la "JP", en crecimiento, y los sindicatos (refugios naturales de las anteriores experiencias juveniles). Los sectores de la "tendencia" fueron desarrollando el planteo de la existencia de dos "proyectos" dentro del Movimiento. Y se explicaba la coexistencia de ambos como meras necesidades tácticas de Perón, es decir, restarle aliados al poder militar. La unidad era postergada para enfatizar la diversidad (además antagonizada). En definitiva, se estaba produciendo un desviacionismo que posteriormente se irá agudizando. A partir de 1972 la presencia del Movimiento fue abrumadora. El gobierno de Lanusse giró alrededor de Perón. Así lo revelan su proscripción individual, los furcios Presidenciales (Juan Domingo Sarmiento), el retorno de noviembre, la enorme fiesta popular y el surgimiento del frentismo electoral con candidato peronista tras 17 años de proscripción. Se produjo una novedad en la organización de la Juventud Peronista: todo un sector de la misma (la de las Regionales) se va a desarrollar utilizando como referente a las "formaciones especiales". El sentido heroico y la vocación de transformación son los elementos convocantes. Este sector se organizó a través de coordinadoras regionales referidas al delegado personal de la Juventud en el Consejo Superior (Galimberti) y a las acciones de Montoneros y Descamisados, sumándose a las mismas las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) de reciente adhesión al Peronismo. El crecimiento cuantitativo de este sector de la Juventud Peronista desplazó a los restantes: Peronismo de Base (PB), Guardia de Hierro y Encuadramiento, etc. La idealización de los dirigentes guerrilleros era realimentada por la brutalidad con que el régimen los reprimía. Los secuestros, desapariciones, asesinatos y, sobre todo, la cruel matanza de Trelew polarizaron la situación política. La actitud intransigente contra la dictadura, cada vez más antiperonista, la legitimidad de ser estructura orgánica del Movimiento y el levantar las banderas de "ortodoxia activa" con las consignas de "Luche y vuelve" "Perón Presidente" y posteriormente "Cámpora al gobierno y Perón al Poder" definieron el predominio expresado que se sintetizaba en la consigna "Hay una sola JP". Quedaron desplazados del poder sectores de la JP que quisieron convertirse en el "centro del dispositivo" sin entender que cuando existe conducción estratégica que abarca todo, ser el centro es servir para otra etapa pero no para la contemporánea. Esa "ortodoxia activa" no resolvía ni la confusión doctrinaria ni la integración con los otros sectores del Movimiento. Subsistían en esta etapa exitista, distintas visiones de la "organización" y de Perón. El crecimiento y los triunfos obtenidos (evaluados como propios cuando eran producto de Perón y del conjunto del Movimiento) así lo explicaban. A partir de 1973 se produjo en el seno de la JP y de su mentor organizativo (Montoneros) una acelerada tendencia a organizar las distintas JP "silvestres" (porque su surgimiento y crecimiento fueron espontáneos) según rígidos esquemas. Se desarrolló la teoría de los frentes de masas centralizados, tanto en sus estructuras públicas como en las clandestinas. La posibilidad de acceso al gobierno ¿estaba modificando la concepción de "guerra popular prolongada" en las "formaciones especiales"? El desarrollo posterior lo niega. Lo indudable es que la concepción de "organización revolucionaria" subsistía ya que aparece la de "partido revolucionario". El declaracionismo movimientista y la metodología partidista llevaron en sí a una crisis, tanto con respecto al Movimiento como de representación de las "fuerzas propias". Es por eso, que en abril de 1973, Perón inició el desmonte del poder de la tendencia mediante el relevo de Galimberti, quitándole así uno de los elementos de crecimiento. La persuasión fue la herramienta usada por Perón durante más de un año para modificar las características operativas y políticas de la "tendencia". VII. PERON Y LOS MONTONEROS Vale la pena, antes de rememorar lo sucedido a partir del 25 de mayo de 1973, analizar la actitud de Perón frente a los grupos guerrilleros peronistas y a los Montoneros en particular. Perón no inventó a la guerrilla, ni la estimuló; pero tampoco pretendió negar la realidad de su existencia. Procuró encauzarla y sumarla al Movimiento, persistiendo en su intento integrador hasta el 1° de mayo de 1974. Para comprender esto debemos repensar cómo se perfilaba por entonces la JP. La "organización" propendía a estructurarse rígidamente a la manera de un partido leninista. El nivel de discusión en su base era cada vez menor. Las directivas bajaban y debían acatarse. Su relación con otros integrantes del peronismo era sectaria y crítica, signada por la intolerancia a quien no compartía su posición. La lealtad de sus integrantes a la "organización" se perfilaba como mucho más relevante que la lealtad al Movimiento. Para evaluar correctamente estas características debemos repetir que no eran patrimonio exclusivo de los Montoneros. Antes bien, aparecían recurrentemente en las diversas agrupaciones juveniles que adscribían al peronismo. Se trataba, al menos en apariencia, de un fenómeno propio de todas esas organizaciones que bien podía atribuirse a inexperiencia política, a falta de práctica movimientista, o a un proyecto distinto al peronista. La "tendencia" adoptó, por entonces, una actitud apologética de la violencia política, con el consiguiente desprecio por la utilización de otros medios. Esta posición tampoco era novedosa en el peronismo y era similar a la que adoptaban viejos militantes de la Resistencia. Sin embargo, andando el tiempo, se advertiría que el origen de las actitudes era distinto. En un caso la reivindicación de la lucha era la respuesta purista y crítica del hombre de la Resistencia, que no se resignaba (ni adecuaba) a ver y a participar de las negociaciones y "componendas" propias del accionar político; en el otro, era una metodología, elegida racionalmente en búsqueda del poder total. La "tendencia" aglutinaba a numerosos jóvenes que, con virtudes y defectos, habían luchado contra la dictadura militar y se habían sumado al Movimiento Peronista. Su conductor, por entonces, no tenía razón válida para excluirlos. Sus defectos no los inhabilitaban: podían corregirse. Por lo demás se abría una nueva etapa en la cual harían mucha falta la capacidad de movilización y las ansias de cambio, que esos jóvenes encarnaban. No es de extrañar, entonces, que Perón, les diera cabida en el tercer gobierno peronista. VIII. EL PERONISMO EN EL GOBIERNO: LOS CARGOS Al llegar a su tercer gobierno, el peronismo repartió cargos y poder entre todos sus integrantes y aliados. Esta coherente actitud no fue novedosa: Perón siempre buscó unificar el campo nacional; ya en 1946 había conversado con Amadeo Sabattini con miras a una alianza peronista–radical que volvió a tentar a través de La Hora del Pueblo. Es que –por definición– el Movimiento peronista pretende representar a todos los sectores y grupos nacionales de la comunidad. Siendo así, es lógico que –cuando gobierna– convoque a esos grupos y sectores a compartir tramos de poder. En ese aspecto y contrariando la "Leyenda negra" tejida por nuestra historia oficial, el peronismo siempre fue generoso con sus aliados. El reparto de cargos de 1973 es una prueba acabada de ello. El Frejuli postuló como Vice–Presidente a Vicente Solano Lima, integrante de un partido, que difícilmente representara el 5% del electorado. Su designación era un acto de vocación movimientista y una compensación a un aliado fiel. El MID y los populares cristianos, que también integraron el Frejuli, recibieron un número de bancadas parlamentarias ampliamente superior al que hubiera correspondido a su capacidad electoral. La Juventud Peronista, y en especial la "tendencia", recibió también su cuota de poder. Los gobernadores de varias provincias (entre ellas Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Salta, San Luis, Santa Cruz) eran hombres aceptados o promovidos por el sector; también el Ministro del Interior de la Nación (Esteban Righi). El Ministro de Educación (Jorge Taiana), hombre del peronismo histórico, era también aceptado y respetado por la "tendencia" a quien se confió, virtualmente, la Universidad de Buenos Aires. De hecho, en la "interna" peronista previa a 1973 fue dable observar una alianza táctica entre sectores del "peronismo histórico" político y de la "tendencia" a fin de contraponerse a candidaturas provenientes del sector sindical. Esa alianza explica la fervorosa adhesión de los Montoneros al presidente Cámpora. Algo parecido sucedió con Bidegain, quien fue electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. LA AMNISTIA El 25 de mayo de 1973 Cámpora asumió como presidente y –presionado por los Montoneros y por la ultraizquierda no peronista– indultó a los presos políticos, decretando su consecuente liberación que se produjo en forma violenta y tumultuosa (huyeron presos comunes; hubo enfrentamientos, de resulta de los cuales se produjo la primera muerte violenta en el nuevo gobierno). Poco después, el Congreso Nacional, a iniciativa del peronismo, y con acuerdo de todos los otros partidos, amnistió a todos los presos políticos. La anécdota revela que el Movimiento reconocía la legitimidad de la lucha contra la dictadura militar y que los Montoneros preferían (aun al costo de deteriorar al gobierno y provocar muertes) "hacerse justicia por su propia mano" y atribuirse la reivindicación como propia, antes que compartirla con el gobierno y acordar con éste la decisión y el modo de implementarla. El día mismo en que asumía el presidente Cámpora, los Montoneros prefirieron obrar de consuno con grupos antiperonistas y "forzar" la libertad de los presos (que de todas formas sería decretada en forma casi inmediata). Ya entonces obraron como opositores que tenían que "arrancar" respuestas al gobierno y no como integrantes del mismo. Las medidas mencionadas (amnistía, participación en el gobierno) admiten una sola explicación: el peronismo quiso integrar a la "tendencia". Entendemos que esa decisión (que no tuvo éxito) fue correcta. Para descalificarla no se puede caer en el facilismo de decir que fue equivocada por que no resultó. Sería un error, por dos razones: 1) no puede saberse si se hubieran logrado mejores resultados eligiendo otro método; para hacerlo el peronismo debía validar la represión de la dictadura militar y condenar al ostracismo a quienes utilizaron la violencia a la que (en buena medida) fueron compelidos por un orden injusto. Esa conducta hubiese sido inexplicable; 2) porque, al momento de producirse estos hechos nadie preveía el desarrollo ulterior de la "tendencia". Nadie pensaba que, en lugar de acentuar su movilización y su reclutamiento de masas, se refugiaría exclusivamente en el terrorismo. Tampoco, en 1973, nadie pensaba que en 1975 los Montoneros serían nuevamente, sólo una organización guerrillera. Lo que impactaba a propios y extraños, y los definía ante ellos, era su voluntad y capacidad de movilización y su exigencia de participación. Prevalecía en la Argentina la sensación que la "tendencia" era un nuevo actor político con aptitud para movilizar multitudes en defensa de un proyecto revolucionario. Este punto de vista era compartido por intérpretes tan disímiles como Lanusse, Alfonsín, el MID, el comentarista político Rodolfo Terragno, el diario "La Nación" etc. Los Montoneros encabezaban un accionar de masas cuyo proyecto aparecía como "apresurado" con relación al de Perón. ¿Debía el peronismo aislarlos o negar su existencia? Entendemos que no. Las diferencias en orden al proyecto podían y debían ser dirimidas en el seno del Movimiento, que admitía (siguiendo a Perón) "apresurados" y "retardatarios". Resumiendo, la "tendencia" podía integrarse al Movimiento, siempre que aceptara integrarse con otros grupos y sectores. Perón no pensaba que la "tendencia" fuese la síntesis del Movimiento Peronista, pero sí se proponía integrarla a esa síntesis. Pero el proceso se complicaba cada vez más. La creación de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) se constituyó en real factor de perturbación. Porque demostraba: 1) el afianzamiento de la concepción leninista de partido (frente de masas obrero) y 2) el antagonismo con la CGT. Se acusaba a esta última de no haber aportado al proceso de lucha contra la dictadura, de estar conducida por "traidores" y "burócratas", de haber "entregado" agrupaciones de base y por último se la amenazaba con la desaparición. Esto último se expresaba en la consigna: "JTP la nueva CGT". Se había optado por el enfrentamiento. Esto se explicitó públicamente desde el acto de lanzamiento de la JTP en el Luna Park (11 de mayo de 1973). EL DESAFIO DE GOBERNAR El 25 de mayo de 1973 se produjo, para todo el movimiento peronista y también para la tendencia, un cambio cualitativo esencial: pasar de la resistencia al gobierno. La actividad política, dicen sus analistas, abarca dos fases diferenciables conceptualmente: la de la lucha por el poder y la de la construcción. La primera es, quizá, la más fácil de advertir y esquematizar. La segunda, es en realidad, el fin de la actividad política y resulta la más ardua. Se puede luchar sin construir pero no se puede construir sin luchar. Nunca se tiene todo el poder, nunca se actúa sin enemigos. La lucha existe siempre y puede existir en estado puro. La construcción jamás. El 25 de mayo de 1973 ofrecía a aquellos cuya vida política había sido sólo lucha la posibilidad de integrarla a la concreción del proyecto que le daba razón de ser. La lucha, violenta o no, sólo es valiosa cuando es medio para el logro de un fin superior. Cuando carece de fines, la lucha es execrable. A partir de ese momento los Montoneros desplegaron un accionar aparentemente ambiguo: incrementaron el trabajo de "superficie", participaron en el gobierno, pero sin abdicar de ninguno de sus métodos de acción. Sus cuadros intentaron tareas nuevas para ellos: montaron agrupaciones de base, participaron en los poderes estatales, publicaron diarios y revistas de amplia circulación nacional. Incluso, aceitaron su relación con sectores políticos y sociales ajenos o contrarios al peronismo; aún con las Fuerzas Armadas. Es decir, se comportaban como un partido. En cambio, su posición respecto del peronismo, y aún del gobierno que integraban, era marcadamente crítica. No sólo censuraban –como siempre lo habían hecho– a la "burocracia sindical", también dirigieron sus dardos contra el pacto social preanunciado durante toda la campaña electoral. La crítica al pacto social acreditaba nuevamente la posición de enfrentamiento al gobierno. Su formulación revelaba además la convicción de que Montoneros era "el partido de la revolución". Los Montoneros se mostraban, no ya como el "ala intransigente" del Movimiento revolucionario sino como el partido revolucionario. Las críticas preservaban aún la figura de Perón, cuya lejanía geográfica servía de explicación para tantas "desviaciones". Sin embargo, la consigna "conducción, conducción, Montoneros y Perón", coreada entusiastamente en los actos, demostraba la falta de confianza en el líder y la convicción de que Montoneros era la vanguardia. IX. EZEIZA El 20 de junio de 1973 Perón regresó definitivamente a la Argentina. Lo espera en Ezeiza la mayor movilización popular de nuestra historia. La "tendencia" tiene, por entonces, dos agravios específicos por los que desea increpar a Perón: la ya mentada destitución de Galimberti y su exclusión de la organización del acto del 20 de junio. En respuesta a esas medidas (y a la advertencia que implicaban) los Montoneros se proponen ocupar los espacios físicos cercanos al palco para probar a Perón "quiénes son los verdaderos peronistas". El copamiento fue resistido por los organizadores del acto. Salieron a relucir armas de ambas partes, hubo muertos y heridos; Perón no pudo saludar a su pueblo. La multitud (que en su inmensa mayoría no participó ni física ni espiritualmente en el choque entre bandas armadas) se desconcentró en una atmósfera de miedo, duda, dolor y silencio, que difícilmente olvidaremos quienes allí estuvimos. Los Montoneros condujeron a cientos, o miles, de militantes a un enfrentamiento cuyo objetivo declarado era conquistar el espacio aledaño al palco para probar a Perón su capacidad de movilización. El resultado inmediato ya fue señalado. El ulterior fue el miedo, la desmovilización: los siguientes actos peronistas (12 de octubre de 1973; 1° de mayo de 1974) reflejarán una merma en su concurrencia. Contradeciríamos nuestras palabras si juzgáramos a "JP" sólo por los resultados que a veces son inevitables o –al menos– no deseados. Es necesario, entonces, analizar sus fines. Para ser objetivos debemos admitir que existen dos posibilidades: que los fines declamados fueran los buscados o que no lo fueran. Si no lo fueron, la conducta de los Montoneros es insostenible desde el punto de vista de la ética política. Es repudiable que el accionar de masas se base en la mentira y la manipulación. No es digno conducir a militantes a la batalla y a la muerte mintiéndoles, ¿cuál es la batalla y por qué se pelea? La política de masas requiere una sinceridad esencial. Supongamos, en cambio, que el objetivo proclamado fuera ocupar el palco. La conducta elegida sería reprochable desde otro ángulo: el de su sensatez. El fin perseguido era totalmente desproporcionado con los medios (y los costos) elegidos al efecto ¿valía la pena "ganar" el acto a cualquier precio? ¿Hubiera cambiado la historia si se tomaba el palco? En definitiva ¿el puente 12 y sus alrededores eran el poder dentro del peronismo? La respuesta es siempre negativa. Un espacio físico en un acto puede ser un símbolo de poder. Jamás el poder mismo. Asimilarlos es un delirio. Podrá aducirse que tomar el palco no era un fin en sí mismo, sino un medio para demostrar a Perón la capacidad de la "tendencia" o –aún– para "apretarlo". Ese argumento fue utilizado por la "tendencia" que recuperó por entonces un discurso político que explicaba los presuntos errores de Perón, basándose en lo que podría llamarse "teoría del cerco": Perón no sabía lo que pasaba en el peronismo, ya por su distancia física (mientras estaba en España), ya por estar rodeado de una "camarilla" que le impedía contacto con el pueblo. Esa "incapacidad" de Perón se agudizaba incluso en razón del uso de objetos materiales: en Ezeiza y el 12 de octubre de 1973 el espacio donde Perón debía hablar, estaba protegido por un vidrio blindado. La "tendencia" censuró esa medida de seguridad afirmando que "impedía el real contacto con el pueblo". Como se ve, el argumento partía de una imagen peyorativa de Perón, quien aparecía (en el mejor de los casos) como un jefe "despistado" acerca de lo que sucedía en su propio movimiento, un incrédulo al que todo debía probársele, ya que –por sí mismo– nada comprendía. El "discurso" mencionado podría resumirse así: 1) Perón debe saber que... 2) Perón está rodeado y cercado por enemigos que le impiden saberlo. 3) hay que demostrarle a Perón que..., por cualquier medio. Desde luego, ese hilo argumental prefiguraba un desarrollo ulterior: 4) se ha probado a Perón que.. 5) Perón persiste en su conducta, ergo... 6) Perón es enemigo. Sin embargo, al 20 de junio de 1973 este colofón (casi obvio) no había sido desarrollado, o cuando menos, no había sido hecho público. Ya lo sería más adelante. La conducta de la "JP" en Ezeiza demostró tres recurrentes características de su accionar político: 1) actitud ambivalente frente a Perón. A Perón se lo invocaba, presuntamente se lo seguía o se lo homenajeaba, pero a la vez se lo identificaba como un jefe poco informado a quien continuamente había que mostrar el camino correcto, a quien había que "apretar" con hechos para que actuara como correspondía. Un supuesto Jefe que no es tal, ya que no tiene conocimiento de la realidad y que sólo obra bien cuando es obligado a ello. Un jefe que no es (ni merece ser) Jefe. Un jefe, en suma, al que hay que conducir. 2) Falta de proporción entre objetivos y medios: "Ganar" un acto es un objetivo político habitual, casi cotidiano. Quizá por esa misma razón, ese objetivo no justifica la utilización de cualquier medio. No es sensato, ni justo, sacrificar cientos de vidas para ganar un acto. Esta inadecuación de fines y medios conlleva dos trágicas consecuencias: a) el desprecio por las vidas humanas (propias y ajenas) que se ofrendan o cercenan en aras de cualquier finalidad por menor o subalterna que parezca. b) la apología de la violencia, que en lugar de ser vista como un medio no deseable cuya aplicación es imposible de eludir en determinadas circunstancias, es captada como el mecanismo más eficiente para lograr resultados. 3) Utilización de los actos como campo de batalla: hasta la aparición de la "tendencia", los actos públicos del peronismo fueron –en esencia– fiestas populares. Así vivimos también, casi todos los peronistas, los prolegómenos de Ezeiza. Para la "tendencia", en cambio, los actos eran el escenario ideal para el enfrentamiento político interno, pues pretendía –de estar a sus dichos– probar en cada acto "su capacidad de movilización", lo que en la práctica equivalía a ocupar los mejores sitios, imponerse en las guerras de consignas, etc.; es decir, conseguir un desplazamiento físico de sus antagonistas. Confundir a ese ejercicio de violencia con la movilización es –cuando menos– un grave error. La movilización es un medio de participación. Nunca un fin en sí mismo. La capacidad de movilización es útil cuando se endereza al logro de participar, no cuando simplemente procura ganar espacio político en un acto. En realidad, lo que se desarrolla así es una suerte de "profesionalismo" en el arte de imponerse en un acto político, actividad sin duda menor a la que no deben destinarse tamaños esfuerzos. Los Montoneros eran ambiguos al respecto. Por un lado alababan a la movilización y a los actos populares. Por otro generaban roces y conflictos en dichos actos suscitando una lógica retracción en sus asistentes. Acudir a un acto significaba, ciertamente, peligro físico; por lo tanto los actos pasaron a ser (casi exclusivamente) tarea para militantes y no convocatoria para el pueblo todo. Visto a la distancia quizá el objetivo buscado era desmovilizar al resto del peronismo. También es conjeturable que los actos fuesen "pista de pruebas" para la práctica de la acción directa. La ulterior política de los Montoneros parece corroborar tales hipótesis. No podemos cerrar esta primera parte sin destacar que los grupos minoritarios que ocupaban los palcos de Ezeiza compartían, en esencia, la visión elitista y violenta de sus ocasionales adversarios. Ellos también desearon el choque armado y lo vivieron como un triunfo. Los auténticos derrotados fuimos los millares, quizá millones de peronistas que no nos habíamos propuesto una victoria en la lucha interna sino "meramente" ser protagonistas y testigos del reencuentro entre Perón y su pueblo. NOTAS (1) Existe dificultad en la designación del sujeto protagonista. La expresión "tendencia revolucionaria" es la más amplia, designa no sólo a los conductores y militantes sino también a sus adherentes. Es por lo tanto, muy abarcativa, pero impropia para ser utilizada cuando se habla de la toma de decisiones, que –como diremos en la nota– estaba reservada a un grupo muy reducido. La palabra "Montoneros" es más gráfica pero –en realidad– define al aparato armado y conducción de la "tendencia" resultando así impropio utilizarla en forma extensiva. La expresión "JP" es también gráfica pero inadecuada, ya que la tendencia no era el único grupo de la Juventud Peronista, aunque así lo proclamara. La expresión "JP" (Regionales) fue utilizada en la época pero resulta incompleta, pues aunque el fenómeno fue esencialmente juvenil, terminó convirtiéndose en otro "frente de masas". Para facilitar la lectura y aún a riesgo de cierta imprecisión hemos optado por usar en forma más o menos indistinta las expresiones "Montoneros", "tendencia" y "JP". (2) Proclama del General Valle del 9–6–1956: "IV Las Fuerzas Armadas: –Reestructuración de las mismas con vistas a las necesidades de la defensa nacional'. 'Revista Así, N° 783, 8–6–1971. Ya se había producido la transformación de hecho de los objetivos militares. (3) Así lo ve uno de los protagonistas: "Perette: (...) Lo que hay que aclarar es que en 1963 el peronismo no fue proscripto. Lo que fue proscripto fue un pacto donde intervenía el peronismo. Pero no se proscribió al peronismo. "Revista Así N° 868, 23–1–1973 pág. 10. El ex vicepresidente se refiere a la fórmula del Frente Nacional y Popular. Solano Lima–Silvestre Begnis, apoyada por Unión Popular, UCRI y Partido Conservador Popular. (4) Las características estructurales de muchos países que emprendieron la lucha por su liberación nacional (población preponderantemente campesina, presencia de ocupantes extranjeros –civiles o militares–, estratificación social polarizada) explicaban por qué eligieron como organización, el partido único, como método, la lucha armada y como objetivo, el socialismo. Estas opciones fueron correctas pero su aplicación mecánica señala, que no se pensaba al país desde la realidad. (5) Hay tendencias en hablar del liberalismo como un bloque homogéneo. Y no lo fue aquí ni en Europa. En nuestra historia se expresa en dos grandes bloques: el autoritario y el democrático. Simultáneamente existe una "mentalidad liberal" producto del normalismo decimonónico y que se da en gran parte de los argentinos y su sistema de creencias. A este concepto nos referimos en artículo. "Illia: (...) Ningún funcionario de gobierno obró a espaldas mías". (6) "Perette: Yo quiero agregar algo a lo expresado por el doctor Illia. En nuestro gobierno se ejerció la plenitud del poder". Revista Así N° 868, 23–1–1973 p. 11. (7) El cursillismo tiene como origen a sectores católicos con vocación de constituirse en "factor de poder". A través de una misma concepción religiosa, pero fundamentalmente unificados en su visión temporal, protagonizan "cursillos de cristiandad". Los mismos se hacen para ganar nuevos adherentes, consolidar relaciones y generar propuestas en distintos niveles (político, militar y económico). Sus miembros son fundamentalmente "líderes" o figuras prominentes de cualquiera de esas tres áreas. A partir del Concilio Vaticano II, se convirtieron estos cursillistas en exponentes de una reacción adversa a una Iglesia convertida en Madre y Maestra de los Pueblos. (8) El antecedente previo, de origen no peronista, se produjo en Salta (1964). Fue la experiencia afín a los planteos de la OLAS. (9) La denominación nace en el lenguaje peronista para definir a los grupos armados y, genéricamente, a los nucleamientos de activistas. Esta designación enfatiza la subordinación de estas "formaciones" a una estrategia global, obviamente definida por Perón. (10) Recordemos el levantamiento de Azul y Olavarría contra Lanusse.


72 visualizaciones0 comentarios

Comments


bottom of page